
Casas destruidas por el huracán María en Puerto Rico. Foto: Shutterstock.
Por Daniel Morales, periodista de investigación
Dejar atrás la tierra natal y la familia no es fácil cuando se goza de juventud, pero hacerlo después de cumplir los 50 años y llegar a un lugar desconocido, con un idioma que no se domina y con un nieto de cinco años con necesidades especiales puede ser un reto que muchos eludirían. Ese no es el caso de María Báez.
Residente de Puerto Rico desde nacimiento, Báez se encontraba en septiembre de 2017 con tres hijos ya adultos y una carrera de enfermería recién terminada. Se creía entonces con una vida hecha y con el firme deseo de permanecer en su querido San Juan por el resto de sus días. Nunca sospechó que el cambio vendría con alguien que compartía su nombre a cientos de millas en el Atlántico.
Las primeras semanas de septiembre trajeron las advertencias a las que residentes de Puerto Rico como Báez estaban acostumbrados. La trayectoria de un ciclón tropical amenazaba con incluir a la Isla del Encanto. Aunque la temporada de huracanes en el Atlántico se extiende del 1 de junio al 30 de noviembre, los que viven en las zonas vulnerables saben que septiembre es cuando generalmente se ven las tormentas más intensas.
Por eso, Maria Báez se preparó como siempre. Hizo un plan para recibir al huracán que llevaba su nombre junto a su hijo y nieto, todos juntos en el apartamento que ocupaba en un primer piso de la residencial Luis Llorens Torres de San Juan. Tenía una cocina a gas, comida y agua, radio portátil y velas. Creía contar con lo suficiente.
“María fue diferente porque nos destruyó. No esperábamos que tuviera tanta furia”, cuenta Báez. De hecho, el Huracán María se convertiría en el desastre natural más devastador en la historia del noreste del Caribe.

El huracán María destruyó Puerto Rico. Foto: Shutterstock.
En buena parte, la intensidad de María y de otros huracanes de tiempos recientes ha sido el resultado del cambio climático. El vínculo no es obvio, pero es definitivo, asegura la comunidad científica.
Los huracanes o ciclones tropicales son tormentas con vientos que giran rápidamente alrededor de un centro de aire caliente y bajas presiones. Dependen de cuatro ingredientes: calor en la superficie del océano, grandes cantidades de humedad en el aire, vientos favorables y rotación. El cambio climático influye de manera directa en los primeros tres ingredientes, según datos científicos.
Entonces, el calentamiento global no necesariamente significa una mayor cantidad de los ciclones tropicales todos los años, sino que estas tormentas contarán con mejores ingredientes para intensificarse. Así lo explica Paris Rivera, Doctor en Cambio Climático:
“Los estudios han detectado que hay no tanto una mayor frecuencia de estos fenómenos, sino que más bien ha habido una mayor intensidad… Van a ser tal vez el mismo número, van a tener una misma frecuencia, pero con una intensidad mayor, lo cual repercute en mayores daños, y mayores impactos a la población y a los sistemas”.
María Báez recuerda claramente la noche antes de la llegada de María a tierra. “Los vientos comenzaron a las 10 de la noche más o menos. Y fuerte, fuerte, empezó como después de las doce de la noche [cuando] el agua se empezó a meter en el apartamento… Fue una noche bien larga… [El viento] rugía, rugía como de coraje. Ella tenía coraje. María tenía coraje y por eso fue tan destructivo [el huracán], porque los vientos eran horribles”.
La madrugada del 20 de septiembre, el ojo de María tocó tierra en Yabucoa, al sureste de la isla, con una intensidad de categoría 4. Se cronometraron vientos sostenidos de 135 nudos, bordeando la intensidad máxima en la escala Saffir-Simpson.

Las palmeras se tambalean al sentir los vientos de 150 mph del Huracán María. Foto: Shutterstock.
Aunque el huracán se debilitó un poco antes de llegar a Puerto Rico, la circulación se había expandido. Los daños fueron catastróficos. Además de los daños y destrucción de cientos de miles de casas, María dejó el tendido eléctrico en ruinas, provocando el segundo apagón más largo del mundo, de casi un año.
También derribó numerosas torres de telefonía celular. Las pérdidas materiales llegaron a casi $90,000 millones de dólares. Según cálculos del gobierno puertorriqueño, al menos 2,975 personas fallecieron, muchas por el impacto indirecto del huracán.
“Destruyó muchas cosas. Destruyó muchas familias. Muchas personas murieron por falta de acceso. María acabó de destruir todo lo que estuvo a su alcance”, recuerda Báez.
Tras una noche de terror, Báez pudo constatar esa destrucción al solo abrir la puerta de su apartamento. En toda la residencial, el agua llegaba a las rodillas. Los añosos árboles que caracterizaban al complejo habitacional habían desaparecido y los apartamentos del tercer y cuarto piso se habían quedado sin ventanas, sin techo o con hoyos en las paredes.
Pasaron días para que Báez lograse reunirse con sus tres hijos y siete nietos. Habían perdido casi todas sus pertenencias, pero todos estaban en buenas condiciones.
Por semanas, la inmensa necesidad hizo que los productos esenciales escasearan tanto en los comercios como en los puntos de distribución del gobierno y organizaciones caritativas. Pronto vino el racionamiento.
“Las colas eran kilométricas… Había que hacer una fila de hielo bien fuerte. Dos bolsas de hielo por persona. Yo me iba a las 4 de la mañana para hacer fila… [A los supermercados] entraban 10 personas y compraban unos alimentos restringidos. Y después de esas diez personas, volvían a entrar diez más”.
En una de esas filas que parecían interminables, Báez se enteró que FEMA y el estado de la Florida ofrecían ayuda para los que quisieran reubicarse. Ella pensó en su nieto y cómo pasarían meses hasta que él pudiese recibir la atención personalizada, terapia y nutrición que requería por el daño cerebral que sufrió a los días de nacido.
Decidió solicitar la ayuda y así, junto a su nieto, terminó formando parte de la diáspora de más de aproximadamente 200,000 puertorriqueños que salieron de la isla tras el paso de María.

San Juan, Puerto Rico, EE.UU., 10 de octubre de 2017: Personal de socorro y suministros siendo entregados en el Aeropuerto Isla Grande en San Juan, Puerto Rico, tras los huracanes Irma y María. Foto: Shutterstock.
“Me monté en ese avión llorando porque dejaba [a mis tres hijos y seis nietos]… Y yo tenía la confianza que… iban a sobrevivir”, recuerda Báez, conmovida.
Al abandonar su hogar y comunidad por un desastre natural ligado al calentamiento global, Maria Báez y su nieto se convirtieron en migrantes climáticos.
Dentro de sus dificultades, María Báez y su nieto pueden considerarse privilegiados, ya que, a diferencia de la mayoría de los migrantes, su residencia en un estado libre asociado como Puerto Rico les permitió comenzar una nueva vida en el sur de los Estados Unidos sin gran inconveniente.
Ellos llegaron a Orlando, Florida, la mañana del 3 de noviembre de 2017. En el aeropuerto los esperaban representantes de FEMA y voluntarios que les ayudaron a escoger el cuarto de hotel que se convertiría en su vivienda temporal. “Yo no sabía ni dónde estaba, pero tenía la confianza de que estaba llegando para darle mejor calidad de vida al nene”, cuenta Báez.
Comenzaron a recibir ayuda poco a poco. Báez se enfocó en encontrar la escuela y el tratamiento médico que su nieto necesitaba. Con mucho esfuerzo y luego de casi seis años de cuidados, su nieto ha podido a los once años caminar por sí solo, asistir a una primaria pública y recibir terapia física, del habla y ocupacional.
“Gracias a Dios, me encontré con una trabajadora social excelente. Ella empezó a encaminarme, a adaptarme para sobrevivir aquí en la Florida”.
Ahora María Báez tiene una vida con la que nunca soñó; trabaja como asistente de enfermería y vive en un apartamento cerca de Orlando. Atrás dejó la incertidumbre de los apagones y la escasez de alimentos y otros productos de primera necesidad.
Pero también dejó atrás a su familia, su comunidad y su tierra. La tristeza de no estar cerca de los seres queridos se alivia un poco al saber que sus hijos han podido salir adelante poco a poco. Aunque reconstruir su vida tardó años, hoy gozan de una buena situación.
Sin embargo, muchos puertorriqueños no corrieron con la misma suerte. A casi seis años del paso del huracán, las tareas de reconstrucción no han terminado. Es difícil estimar cuales daños están ligados a los ocho huracanes o tormentas tropicales que han impactado a la isla desde María.
Lo que sí se sabe es que en la actualidad la red eléctrica sigue vulnerable y ni las autoridades federales confían plenamente que resista la próxima temporada de huracanes.
Los apagones generalizados y el ruido de los generadores eléctricos se han convertido en la nueva realidad, y aunque no hay cifras oficiales sobre el número de viviendas que aún no se han reparado, varios legisladores de la isla afirman que a la fecha habría hasta 3,000 viviendas con toldos azules en vez de un techo permanente.

María Báez, una sonrisa de valentía y esperanza, dejó atrás su tierra natal y su familia para darle una mejor calidad de vida a su nieto después de enfrentar el devastador Huracán María en Puerto Rico. Su historia es un ejemplo de fortaleza y amor inquebrantable. Foto: Henry Mendoza.
Y muchos puertorriqueños, cansados de esperar una ayuda del gobierno que nunca llegó, han optado por reedificar o reparar sus viviendas por cuenta propia.
Sin duda, no todas las historias de los refugiados climáticos siempre tienen un final feliz. Muchas veces no encuentran el apoyo del gobierno y la comunidad que necesitan para comenzar una vida nueva. María Báez se cuenta entre los afortunados y a pesar de las vicisitudes, se siente agradecida.
“Valió la pena. Valió la pena montarme en ese avión sin saber a dónde iba, sin tener familia aquí; solamente con la confianza que el Señor me iba a abrir puertas para darle esa calidad de vida [a mi nieto]. Y si lo tendría que hacer mil veces por él, lo haría de nuevo”.
También te puede interesar:
- Pueblos originarios: vínculos ancestrales y preocupación por un futuro ecológico Incierto
- Fuente de recursos en peligro para los criadores de mariscos
- Puerto de Seattle: fuente de oportunidades para la juventud hispana
Huella Zero es un programa de Sachamama, una organización sin ánimo de lucro que trabaja para impulsar una economía de energía limpia para todos y actitudes, comportamientos y estilos de vida sostenibles.